Una se pone en plan bucólico cuando llega a cualquier pueblecito de montaña rodeado de naturaleza en estado puro. Un hotelito con encanto, muy familiar, muy coqueto y con todo tipo de comodidades que incluyen piscina climatizada y jacuzzi, vaya que lo de volver a los orígenes y tal y tal nos lo pasamos por el forro porque claro si salimos de casa es para estar bien, que sino no salimos. Que para dormir en un albergue de montaña sin calefacción y sin un colchón mullido pues que no hacemos ni un kilómetro de más, vamos, esa es la filosofía, de espíritu aventurero "na de na". Así que nos ponemos a hacer turismo rural pero en plan como diria mi tía Maria Luisa "aseado".
Antes de llegar a nuestro destino paramos a comer en un lindo pueblecito y de paso aprovechamos el sol de la magnífica mañana de sábado para darle la comida al peque en un coqueto parque infantil. Respiramos aire puro y tragamos alguna mosca que el calor aprieta aunque estemos a cierta altitud y finiquitando el mes de febrero. Después encontramos mesa en un restaurante cercano donde nos sirven una pasta fresca al foie y una ensalada con una reducción balsámica muy poco "de la abuela" que digamos. Pagamos la "dolorosa" con rectitud y retomamos la marcha tras hacer un poquito de turismo por el casco antiguo del lugar que se resume en la plaza de la iglesia básicamente. Eso sí una iglesia con un campanario románico la mar de bonito.
La llegada al hotel no nos cuesta mucho, hoy en día con vias michelines y gps varios, casi es delito perderse para llegar a un destino nuevo. Descargamos equipaje, merendamos y nos ponemos el bañador, la piscina climatizada del hotel nos espera. Jugamos y nos reimos los tres un buen rato y después sin mucha dilación llega la hora de la cena. Horario infantil claro está y a las diez todos planchando sábanas como marmotas.
Por la mañana el gallo, digo nuestro niño, canta temprano así que como quien madruga Dios le ayuda, allá que nos ponemos a madrugar bien madrugados y si llegamos los primeros al buffet del desayuno pues igual nos dan premio y todo. Los alrededores del hotel son ideales para airearse así que un paseo matutino es lo mejor para bajar las tostadas de pan de pages con embutidos de la zona que nos hemos metido entre pecho y espalda. Pero la lluvia amenaza y tampoco es cuestión de calarse hasta los huesos y menos con nuestro niño de acompañante aunque él va de maravilla en su carro, con su saquito y su funda de plástico protectora, calentito, calentito, mirando con ojos alucinados tantas cosas nuevas por descubrir. Cancelamos el paseo y nos dirigimos a la habitación. Un fuerte olor a barbacoa nos invade al entrar en nuestro edificio. Los empleados del hotel preparan una calçotada unos metros más abajo en una esquina del inmenso jardín, aunque no son ni las once de la mañana, qué malos son los calçots fríos, no sé si lo sabrán los incautos que se hayan apuntado a tal festín.
Sobre las doce abandonamos el hotel con la esperanza de que la lluvia amaine y aún podamos visitar algún que otro pueblo más de vuelta a casa. Pero aunque ésta da una tregua a la llegada de nuestro siguiente destino, la visita tiene que ser de nuevo corta por la interrupción de más agua caída del cielo y ya al final decidimos regresar a casa. Comemos ya a medio camino y sin darnos cuenta empezamos a tener morriña de ese viaje. Tantos días ilusionados con él y ya se ha acabado. Breve pero intenso. Repetiremos, si nada lo impide claro. Eso sí trataremos de buscar más sol, que es lo que nos ha faltado.
Antes de llegar a nuestro destino paramos a comer en un lindo pueblecito y de paso aprovechamos el sol de la magnífica mañana de sábado para darle la comida al peque en un coqueto parque infantil. Respiramos aire puro y tragamos alguna mosca que el calor aprieta aunque estemos a cierta altitud y finiquitando el mes de febrero. Después encontramos mesa en un restaurante cercano donde nos sirven una pasta fresca al foie y una ensalada con una reducción balsámica muy poco "de la abuela" que digamos. Pagamos la "dolorosa" con rectitud y retomamos la marcha tras hacer un poquito de turismo por el casco antiguo del lugar que se resume en la plaza de la iglesia básicamente. Eso sí una iglesia con un campanario románico la mar de bonito.
La llegada al hotel no nos cuesta mucho, hoy en día con vias michelines y gps varios, casi es delito perderse para llegar a un destino nuevo. Descargamos equipaje, merendamos y nos ponemos el bañador, la piscina climatizada del hotel nos espera. Jugamos y nos reimos los tres un buen rato y después sin mucha dilación llega la hora de la cena. Horario infantil claro está y a las diez todos planchando sábanas como marmotas.
Por la mañana el gallo, digo nuestro niño, canta temprano así que como quien madruga Dios le ayuda, allá que nos ponemos a madrugar bien madrugados y si llegamos los primeros al buffet del desayuno pues igual nos dan premio y todo. Los alrededores del hotel son ideales para airearse así que un paseo matutino es lo mejor para bajar las tostadas de pan de pages con embutidos de la zona que nos hemos metido entre pecho y espalda. Pero la lluvia amenaza y tampoco es cuestión de calarse hasta los huesos y menos con nuestro niño de acompañante aunque él va de maravilla en su carro, con su saquito y su funda de plástico protectora, calentito, calentito, mirando con ojos alucinados tantas cosas nuevas por descubrir. Cancelamos el paseo y nos dirigimos a la habitación. Un fuerte olor a barbacoa nos invade al entrar en nuestro edificio. Los empleados del hotel preparan una calçotada unos metros más abajo en una esquina del inmenso jardín, aunque no son ni las once de la mañana, qué malos son los calçots fríos, no sé si lo sabrán los incautos que se hayan apuntado a tal festín.
Sobre las doce abandonamos el hotel con la esperanza de que la lluvia amaine y aún podamos visitar algún que otro pueblo más de vuelta a casa. Pero aunque ésta da una tregua a la llegada de nuestro siguiente destino, la visita tiene que ser de nuevo corta por la interrupción de más agua caída del cielo y ya al final decidimos regresar a casa. Comemos ya a medio camino y sin darnos cuenta empezamos a tener morriña de ese viaje. Tantos días ilusionados con él y ya se ha acabado. Breve pero intenso. Repetiremos, si nada lo impide claro. Eso sí trataremos de buscar más sol, que es lo que nos ha faltado.
Comentarios
Neo: Y me encanta la idea!!