Nunca había sido infiel, nunca hasta entonces. Sabía que mi novio no quería presiones para avanzar en lo nuestro, en definitiva no quería una relación demasiado formal, pero yo seguía con él y ya iba para dos años aquella situación. Aguantaba, simplemente aguantaba sin saber muy bien por qué.
Quise creer que todo cambiaría en algún momento y tal vez no me equivocaba pero aún había que recorrer un largo trecho.
Tú no diste señales de vida en varias semanas. Pero al fin recibí tu primera carta. Fue maravilloso leer unas letras de tu puño y letra. Fui feliz. No era una carta de amor. Para nada. Era una misiva de amigos, sincera, en la que me ponías al día de tu vida. Me gustó.
Seguimos carteándonos. Y cada vez que te escribía o que recibía un sobre tuyo me sentía más cerca de ti, a pesar de los kilómetros que nos separaban, y más lejos de mi novio, a pesar de que él intentaba acercarse más a mí. Nuestras palabras tenía cada vez un sentido más profundo. Yo sin quererlo me estaba enamorando de ti. Tú creo que también.
Un día inesperadamente recibí una llamada tuya, fue una increíble sorpresa volver a oir tu voz en directo después de tanto tiempo. Aquellas conversaciones, siempre realizadas tomando las precauciones debidas para que nuestro secreto no fuera descubierto, continuaron en el tiempo.
En una de ellas, aún sonrío al recordarlo, me confesaste cuánto te arrepentías de no haber llegado a más en nuestra primera y única noche. Yo reconocí que sentía lo mismo, y más al saber lo difícil que sería volver a poder repetir un encuentro igual.
Había muchos obstáculos, el primero y principal tu mujer, y después tu primera hija. Después estaba mi novio, y mis confusos sentimientos hacía él, emborronados por nuestra secreta relación. Mi vida era un lío y la tuya también. Pero ambos estábamos convencidos de que lo nuestro era algo que no podíamos obviar ni evitar, ya no.
Ya había pasado más de un año de nuestro primer encuentro cuando me propusiste volver a vernos. No pude decir que no. Organizaste un viaje a la ciudad donde todavía me encontraba estudiando y yo cuidé todos los detalles para estar sola aquel fin de semana con la típica excusa barata de que tenía mucho que estudiar y mucho trabajo que hacer.
Pasamos un par de días inolvidables en aquel hotel en el que habías reservado habitación. Volvimos a rememorar todo lo que nos hacía estar juntos a pesar de las adversidades. Volvimos a olvidarnos de lo que nos rodeaba. Nos acostamos por primera vez, nunca olvidaré lo que sentí al estar contigo de ese modo. Me hiciste sentir la mujer más especial del mundo. No podré borrar aquellos momentos tan fácilmente de mi mente. Pero la tarde del domingo llegó y tú tenías que marchar. Te despediste de mí como alguien que sabe que jamás volverá a ver a quien está a su lado.
- Siempre nos quedará este fin de semana. - Dijiste.
- Siempre. - Respondí sollozando.
Un nudo en la garganta me impedía decir todo lo que llevaba dentro y simplemente te volví a besar. Un último beso.
Y así fue como nos dijimos adios, no hubo más cartas, ni más llamadas.
Y así empezó la tercera parte...
CONTINUARÁ.
Comentarios